Llegaste como lo hacen la mayoría de las cosas buenas en la
vida, sin esperarte. Dicen que hay personas que tienen un ángel que los
acompaña, si eso es así, entonces tú tenías un ejército de ellos al lado tuyo.
No me dejaste opción, tuve que quererte desde el momento que te vi por primera
vez, no sé, que me atrajo más de ti, si esos ojos café claro, tu sonrisa, tu
forma de vestir, tu forma en la que te quejabas cuando le prestaba más atención
a la calculadora que a ti, como reías cuando decía algo tonto; o tu cabello,
creo que esa era una de las cosas que más me gustaba de ti, como me gusta el
cabello claro, y más como quedaba en ti,
armonía eso era lo primero que pensaba cuando pensaba en ti.
Pasaron los meses y cada día me enamoraba de ti, ¿Cómo no
hacerlo? Ya mi corazón y mi mente había decidido que tenías que estar en mi
vida, no sé porque, pero en ese momento representabas todo lo que quería tener,
había encontrado un mapa, y estar contigo sin duda era el tesoro que necesitaba
tener. Llegó el gran día, gracias a Dios, dijiste que si cuando te propuse
tener una relación, los primeros meses siempre son los mejores, descubrirse el
uno al otro, las primeras salidas, los primeros besos, las primeras caricias,
¿a que fueron buenas las primeras veces no? Me gustaba todo de ti, desde, como
me contabas todas estas historias que te imaginabas mientras ibas vía a la
universidad, así como la forma en la que me decías cada semana, “léete, este
libro, es el mejor que he leído en mi vida”, o cuando me decías, mira esta
película, o simplemente me hacías feliz con hablar y estar a mi lado. Nos
sentíamos como en una montaña rusa sin bajada, emocionados, excitados, felices,
alegres, sintiéndonos completamente infinitos, porque habíamos encontrado a
alguien con quien compartir nuestros secretos, sueños, ansiedades, locuras,
éramos más que amantes, éramos amigos, y de los buenos. Cada momento que pasaba
sin ti, sentía que era tiempo perdido, que era tiempo sin dirección, y no hay
nada peor que tiempo desperdiciado. Eras como mi centro permanente de rotación,
cada fibra de mi giraba en torno a ti, eras el centro de mi vida. Todo iba
viento en popa, o eso creía yo.
Como todas las montañas rusas, aunque creía que la nuestra
solo subía y no iba a bajar, pues me equivocaba, gravitacionalmente todo tiene
que bajar, mi bajada llegó en forma de ti subiéndote en un avión yéndote a otro
país, no vuelta atrás, te marchabas de forma definitiva, un futuro mejor mejor me dijiste; nos dijimos “claro que
vamos a seguir con la relación”, “no vamos a ser como esas parejas que cortan, solo por la distancia, la distancia son solo números”, quería creer
eso, deseaba creer eso, no lo hacía.
El tiempo paso, el primer mes, la comunicación fue constante, el
tercer mes empezó a suceder lo típico “no tengo tiempo” “lo olvidé” “estaba ocupado", ya el quinto si hablábamos era por casualidad, hasta
que un día sin avisar la conexión se perdió, no es como que si el amor se
hubiera borrado, solamente lo enterró la distancia, y la falta de tacto entre
nosotros, te amé y tú me amaste a mí, ¿A que fue bonito no? ¿A que fue bueno haberlo
vivido? De repente, años después te vi en aquella librería que solías visitar
cuando vivías en el país, me viste, y simplemente me dijiste. “Hola, ¿qué es de
tu vida?” unas mezquinas palabras para el que algún día fue el amor de tu vida,
por mi parte no sentí nada más que nostalgia, de repente y sin avisar te
convertiste, en alguien que solía conocer.
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