domingo, 17 de julio de 2016

DE DÓNDE SOY Y ADÓNDE PERTENEZCO

  Hoy les voy a compartir gran parte de un capitulo del libro Persona Normal de Benito Taibo, este texto que aparece en libro, en el momento que lo leí me gusto mucho y movió muchas emociones en mi.

"Uno no es de donde es, sino de donde quiere ser. Puedes haber nacido en la ciudad más grande, impresionante, cosmopolita del mundo, pero en el fondo de tu alma, dentro de tu corazón, pertenecerle a ese pequeñísimo pueblo en la montaña, allí donde las golondrinas suben y bajan la cañada durante los atardeceres a comer, haciendo un ballet acrobático de alas que te devuelven la capacidad de asombro, allí donde puedes ser el privilegiado testigo del portento inmenso que significa la naturaleza. Y ser de allí, aunque estés viviendo en el piso 51 de un edificio en Nueva York y que abajo, taxis como hormigas amarillas, anden buscando siempre enloquecidas su destino.

  Algunos creen que sólo pueden ser del mismo lugar de donde son sus antepasados. Les da una sensación de pertenencia, de apego a la tierra, de seguridad. Se forja así un hilo invisible pero poderoso que los ata irremediablemente con el suelo que pisan. Desde que dejamos de ser nómadas y nos establecimos, cuando decidimos el lugar donde debía estar nuestro hogar, creamos un vínculo especial con el entorno. Echar raíces, dicen los viejos. Tienen razón.

  Y, sin embargo… Mis padres están aquí; bueno, sus cenizas están aquí, y yo no siento ningún apego especial por este sitio en el que vivo. Hablo de la ciudad, entiéndanme. Tal vez soy más de otros lugares en los que no he estado nunca y que a pesar de ello, anidan en mi corazón y en mi cabeza y son tan parte de mí como yo mismo. Hablo de Mompracem, donde tienen Sandokán y Yánez su guarida y su hogar, su territorio libre, su santuario. Soy de Macondo porqué allí está mi casa y mi patio interior con macetas y guayabas, donde las mariposas amarillas revolotean por miles mientras cae un diluvio, soy de allí porqué allí vi por primera vez el hielo, porque los milagros y las maravillas son cosa de todos los días y sencillamente, porque se me da la gana y allá voy cuando no quiero olvidar que estoy muy, pero muy vivo.

  Soy de Cuévano, porque está y no está en ninguna parte, porque se parece mucho al México que sufro y donde pasan cosas que por inverosímiles, por fuerza deben ser ciertas; porque allí me divierto como loco y al mismo tiempo pienso y me duele y está lleno de amigos y enemigos. Soy de Comala, que a pesar de estar lleno de muertos, hablan y te cuentan historias y te dicen cómo se abona la tierra con sangre y cómo, por ser lo que fuimos, vamos poco a poco siendo lo que somos.

  Soy del País de las Maravillas, donde me apura siempre un sombrerero loco que tiene prisa y que no va a ninguna parte, donde hay orugas gigantes que fuman en pipas de agua, y gatos que se desvanecen como por encanto pero que dejan, inmensa, su sonrisa colgada en el aire. Soy de la lancha en la que el viejo captura un pez enorme y pasa días enteros luchando contra él, más allá de sus fuerzas, más allá de lo imaginable, y por las noches sueña con leones; a punto de ser vencido, el viejo dice: «Pero el hombre no está hecho para la derrota. Un hombre puede ser destruido, pero no derrotado», y sigue peleando.

  Soy de Nuncajamás, ya lo había dicho. No quiero crecer, por lo menos aquí dentro, en mi cabeza. Quiero que me acompañe para siempre el arrebato. No quiero volverme ovejita blanca rumbo al matadero, quiero ser tigre; descubrir en el aire la fragancia de lo nuevo, de lo desconocido, de lo bueno que queda entre nosotros, los humanos. Soy de todos los barcos que despliegan las velas rumbo al horizonte, rumbo a la aventura. Soy de todas las fiestas, los bailes, los abrazos.

  Soy de La República de Platón, y de La Utopía de Tomás Moro. Soy de donde haya alguien que sonría, que me de la mano, que me bese. Soy de donde son los que resisten, sobreviven, los que se quitan un pedazo de pan de la boca para dárselo al otro. De allí soy. Allí me encuentro.

  Patria es un concepto inventado para hacer fronteras y separarnos los unos de los otros. José Emilio Pacheco lo deja, por supuesto, mucho más claro que yo y con menos palabras en su poema «Alta
traición»:
No amo mi patria.
Su fulgor abstracto es inasible.
Pero (aunque suene mal) daría la vida
por diez lugares suyos, cierta gente,
puertos, bosques desiertos, fortalezas,
una ciudad deshecha, gris, monstruosa,
varias figuras de su historia, montañas
—y tres o cuatro ríos.

 Alguien dijo que la patria es el lenguaje. Lo prefiero. Creo que hoy por hoy mi patria es donde están Paco y Sofía y la tía Pili y mis amigos, y los libros que amo y que me han enseñado a amar. El sentido del viaje no es llegar al destino, es el viaje en sí mismo, lo que en él vas encontrando y asimilando y haciendo tuyo. La calidad del viaje se mide por la cantidad de recuerdos que en él acumules."

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