Nunca te dije que me gustaba la forma en que reías y como me
gustaba preguntarte cosas solamente para escuchar tus argumentos.
No recuerdo haberte dicho que estaba orgulloso de todos los
logros de tu vida.
Nunca te dije que estaba agradecido por dejarme ser quien escogiera como vivir la vida.
Jamás te mencione que me parecía admirable la forma en la
que defendía tus creencias, aun cuando yo no las compartía en un cien por
cierto.
No llegue a decirte que admiraba tu capacidad de solucionar
las cosas y la manera en la que me decías “tranquilo que Dios proveerá” y sólo con esas palabras me transmitias paz porque sabía que de alguna manera todo iba a estar bien.
Debí haberte mencionado que me alegraba de que cada día
intentabas ser mejor de lo que eras.
No te comente nunca acerca de mis mayores temores porque no
quería que te preocuparas.
Nunca te dije, que en esos últimos días cuando imaginaba tu
muerte lo único que podía pensar era que quería que me enterrasen contigo
porque no se me antojaba una vida sin ti.
Jamás te dije que tenía miedo de perderte, porque sin ti mi
vida no tiene rumbo.
Hay un sinfín de sentimientos y pensamientos que jamás
fueron verbalizados y ahora no sé qué hacer con todos ellos.